La última misión de un hombre incorruptible

La cuarta novela de Alberto Val nos lleva de viaje al lugar habitado más remoto de la tierra: la isla de Tristán de Acuña. Hasta allá debe partir el policía londinense Charlie Gordon, que se encuentra en horas bajas, a punto de jubilarse y deprimido por la reciente muerte de su mujer y la distancia que le separa de su hija. Para sacarle de su estado de abatimiento, su jefe le encarga una última misión, pasar unos meses en una pequeña isla volcánica situada en medio del Atlántico Sur. 
En principio, es un destino idílico, una ciudad que no llega a 300 habitantes, que llevan una vida tranquila dedicada a la agricultura y la pesca y en la que no se comenten delitos. Pero en la travesía hacia la isla, Charlie conoce a un peso pesado de la isla, el gobernador, que disipa estas felices expectativas sobre su ansiado retiro dorado: además de que va a haber unas elecciones, que él debe supervisar, ciertos intereses urbanísticos y económicos amenazan la paz y le ponen alerta sobre el papel que deberá desempeñar en su nuevo destino. 

El primer atractivo de la novela es precisamente su ambientación, este lugar desconocido por la inmensa mayoría de los lectores, con una orografía y un funcionamiento peculiares y alejados por tanto de otros escenarios conocidos y trillados. Pero además; este destino está aislado del resto del mundo literalmente, puesto que no hay aeropuerto y los barcos llegan de Ciudad del Cabo (Suráfrica) unas cuatro veces al año. Se encuentra a más de 3.700 kilómetros de la Antártida, a 2.800 kilómetros de África y a más de 3.000 kilómetros de la costa este de Sudamérica). Por lo tanto, además del exotismo del lugar y de las costumbres de sus vecinos, existe una sensación claustrofóbica, un sitio del que no se pude escapar ni desde el que se puede pedir ayuda, o lo que es lo mismo: una localización ideal para una trama de misterio. Por cierto, que la descripción que nos ofrece el autor de Tristán de Acuña es muy exhaustiva, muy documentada y precisa. 

Por otra parte, toda esta historia nos la cuenta el protagonista, un personaje con un gran magnetismo y carisma. Es de esos personajes imposibles de olvidar, Charlie, el policía solitario, decaído y de vuelta de todo, observa desde la sorpresa del extranjero los impactantes escenarios y las curiosas costumbres de los tristones. Con una mezcla más que eficaz de humor negro, cinismo, autocrítica y auténtica preocupación por todo lo que le rodea, el policía encarna al personaje más paradigmático del género negro, este hombre incorruptible, muy crítico con el poder y gran predisposición para proteger al débil. Aunque alejado del héroe ideal, sus defectos (la baja forma física, la torpeza, el fracaso en las relaciones personales) están perfectamente compensados por la capacidad de observación y deducción. 

Sin filtros y sin dobleces, Charlie dice todo lo que se le pasa por la cabeza con la transparencia de un niño, encariñándose de unos y odiando profundamente a otros, con una humanidad entrañable y verosímil, creándose amigos y enemigos, sus fobias y filias lo anclan a la narración y lo hacen parecer ante nuestros ojos de carne y hueso. 

A pesar de encontrarse en horas bajas, el relato en primera persona de Charlie está plagado de humor (crítico y autocrítico) que nos arranca una carcajada en más de una ocasión (qué difícil es el humor en Literatura y cómo se agradece su presencia). Pero además, su peculiar manera de ver y entender el mundo, y de luchar con sus demonios, conforman una fuerte y peculiar personalidad que nos hace empatizar con él y nos invita a acompañarle en su andadura por este nuevo mundo recién descubierto. 

Esta historia, además, está contenida en otro relato: el del propio Charlie que 20 años más tarde cuenta a su nieto esta aventura. La novela se estructura así en tres partes: el viaje, las elecciones y la desaparición, y entre ellas, la narración retoma esta charla del abuelo y el nieto (un gran narrador el primero y un oyente ansioso de saber cómo continúa la historia, el segundo). Este cambio de escenario y de tiempo concede una pausa del relato principal y ayuda a crear expectación, con un recurso muy bien utilizado de manera que el lector se identifica con este niño impaciente que quiere saber cómo sigue la historia, pero debe respetar el receso. 

La desaparición de uno de los personajes sucede en la tercera parte de la novela, pero como esto viene explicado en la contraportada, si lo decimos aquí no destripamos demasiado la trama. El tempo de la novela ayuda a crear expectación: todo lo que va aprendiendo y descubriendo el protagonista de sus nuevos vecinos, desde esta aparente tranquilidad isleña, son avisos de que algo va a suceder, comentarios, gestos, antiguas rencillas, cuidadosamente repartidas en el relato de Charlie, que son como nubarrones en la calma que precede a la tormenta; como repiten los personajes a modo de un mantra: nada pasa en la isla… hasta que pasa. 

Además es una novela que se lee muy bien. El estilo de Alberto Val es muy personal y reconocible: preciso y ágil, utiliza una prosa sobria que facilita la lectura, aunque en esta cuarta novela ha evolucionado como escritor, se adivina una mayor voluntad de estilo (utiliza recursos como la repetición), con más momentos cercanos a la lírica, personajes y diálogos muy bien construidos, y mayor espacio para la introspección, que no está reñida con el suspense o el entretenimiento. Entre broma y broma, y entre las sorpresas que le depara la isla, Charlie reflexiona sobre la soledad, sobre la psicología humana, sobre las relaciones, sobre la familia. 

En este viaje, en medio de la paz del mar, encuentra respuestas sobre su propia vida y reúne las fuerzas para intentar un nuevo comienzo, conviviendo con la nostalgia y el dolor de la pérdida. 


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Alberto Val nació en Cuenca en 1984. Estudió periodismo y formó parte de la primera generación de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Castilla-La Mancha. Es creador y director del medio digital “El deporte conquense”, y anteriormente ha trabajado en otros medios de prensa escrita y radio locales. Es un escritor muy activo: publicó su primera novela en diciembre de 2018, ‘El efecto Werther’, una novela negra ambientada en Cuenca y solo 6 meses después lanzó su segundo libro, ‘Purgatorio’ que es una ficción distópica sobre un juego de televisión en el que los concursantes van desapareciendo conforme van siendo eliminados. En julio de 2020 salió su tercera novela, titulada 'La flecha amarilla', otra novela negra con dos guardias civiles como protagonistas, ambientada en el Camino de Santiago. Y en julio de este año ha publicado el que hasta la fecha es su último libro, 'No hay crímenes en Tristán de Acuña'.